¡Hasta siempre Skippy!

MetalportusVenas-Cuba
4 min readApr 22, 2023

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(tomado del perfil de Joaquin Borges | Facebook)

Ya me he referido una que otra vez al tema: La reciente historia de la música hecha en Cuba, todavía suele escribirse tomando en cuenta apenas “las grandes agrupaciones”, “los grandes autores”, “los grandes intérpretes”. Por lo general, un falso dios nombrado “historiador”, “musicólogo”, “funcionario”…, decide desde su gabinete qué puede o qué ha podido ser relevante en esa sucesión fantasmagórica de acontecimientos que a diario se nos impone, nos rebasa y hasta simplifica.

Nuestra historiografía musical ha hecho prevalecer un tipo muy específico de mirada con la ingenua creencia de que los indiscutibles méritos que ostenta una parte de la producción de la música popular cubana son suficientes para suprimir “la otra historia”, esa que no es tan excelsa desde el punto de vista de los niveles de popularidad por ella registrada, pero que existió y, a su manera, sirvió de pedestal invisible a la gran Historia. De allí que a ratos llegue a pensarse que la Historia no es más que el relato de nuestras exclusiones afectivas.

La peor limitación del mencionado diseño historiográfico es que en su enfoque se prescinde de aquellas áreas que conforman lo que podría llamarse “lo cubano sumergido”, necesarias para enriquecer los matices del concepto todavía injustamente estrecho de música cubana, que ha llegado así a nuestros días. Ya sea por pereza investigativa o a lo mejor por franca subestimación de trabajos como los de buena parte de los compatriotas músicos de los que he hablado en mi quehacer periodístico por espacio de 37 años desde que me gradué en 1986, esta clase de producciones continúa resultando hoy mayoritariamente ignorada entre nosotros.

Siempre me ha interesado promover la obra de nuestros músicos que se mueven en “los márgenes”, no solo por la relevancia sociológica de dicho fenómeno, sino porque ello se vuelve en sí mismo premonitorio de un devenir estético. Pensaba en todo lo anterior durante el transcurso de este viernes 21 de abril, tras leer en Facebook la información acerca de la muerte en Miami de mi amigo Roberto (Skippy”) Armada, otrora bajista de bandas como Venus, Metal Oscuro y Sentencia. Por supuesto que el fallecimiento de Skippy no será noticia de ningún medio de comunicación cubano, ni de los catalogados como públicos ni de los llamados independientes.

Han transcurrido casi 40 años del instante en que Venus, con una nómina de gente tan querida como Roberto (“Skippy”) Armada, bajo; Héctor Volta, batería; Ulises Seijó, guitarra; Dionisio Arce (“el Dioni”), voz; y Humberto Manduley como compositor de los temas interpretados por la banda, hicieron que en su momento numerosas agrupaciones se dieran cuenta de la importancia de elaborar un repertorio original y no limitarse a realizar versiones y a cantar en inglés.

Piezas como “Los lobos solitarios”, “Después”, “Amenaza nuclear”, “Los enemigos del mundo”, “Del metal más duro” o “Pershing”, por mencionar algunos títulos de Venus, causaron furor entre quienes a mediados de los 80 disfrutábamos de aquella sonoridad. Como se dice en el libro El rock en Cuba:

“Es cierto que de ningún modo puede considerarse a Venus como el primer grupo en cantar en nuestro idioma, ni tampoco el primero en escribir sus propias canciones. (…) Con los presupuestos propios del Rock más recurrido, el grupo capitalino se jugó el todo por el todo y no solo logró salir airoso de la prueba, sino que además cambió la tónica general a favor de la creación”.

No me resulta difícil evocar cómo allá por mediados de los 80, amistades mías residentes en Matanzas o Pinar del Río me llamaban para saber si se daría el concierto de Venus en el Anfiteatro de La Habana Vieja y asistir a la función, la cual se ponía a tope con un personal que cantaba estrofa por estrofa cada tema de los interpretados por la banda. Venus fue un hecho digno de ser estudiado por las ciencias sociales en su momento (por supuesto, no se hizo), pues ninguna de sus presentaciones era anunciada en un medio de comunicación ni aquella música se difundía en la radio o la televisión y sin embargo, un número impresionante de jóvenes seguía al grupo dondequiera que actuase.

Otros pasajes de la historia musical de Skippy que nunca podré olvidar fueron sus estancias en las bandas Metal Oscuro (¡los conciertos del grupo en la Casa de Cultura de Playa son memorables!) y en Sentencia. No sé cuántos de los que ahora me leen estuvieron en la primera edición del festival Ciudad Metal en junio de 1990, pero de seguro más de uno (dime si miento querida Tati) recordará aquella función en el cine teatro Camilo Cienfuegos en Santa Clara y donde Sentencia cerró el evento con un show de power metal de los más impresionantes a los que he asistido en el devenir del rock en Cuba.

En el 94, durante la estampida de aquel año, Skippy se hizo a la mar. Después de su salida de Cuba, nos encontramos en un viaje suyo a La Habana y hablamos telefónicamente durante una de mis estancias de paso por Miami. Este viernes leí lo de su muerte. No sabía que estaba enfermo y me sorprendió la noticia.

Inevitablemente mientras escribo estas líneas a propósito de la muerte de Skippy, pienso en amigos comunes como Humberto Manduley y Emilio Valdés. Sé lo que este triste suceso representa para ellos. Así, sin saber cómo, a la cabeza me viene el título de una canción del también ya fallecido Manuel Camejo: “Nos estamos quedando solos”.

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